Esperan que esta persona, a quien acaban de conocer, pueda escucharlos y entenderlos. Y descubren que así es (la mayoría de las veces). Y quizás no saben que es así. Y la clave es muy sencilla: es porque no son juzgados. Y he aquí el punto de comparación.
Cada vez que comentamos a alguien un problema, la reacción habitualmente cae en una de cuatro conocidísimas respuestas autobiográficas, letales para que la comunicación sea real y efectiva. y así nos encontraremos con aquellos que responden negando nuestro sentir ('eso que tu estas haciendo esta mal') o con aquellos que imponen su propia historia a la nuestra ('una vez yo hice...'). Y ojo, sin darse cuenta. Esa y otras formas de comunicarnos están tan inmersas en lo cotidiano de nuestra manera de resolver problemas, que no sabemos que no nos ayudan a avanzar. Solo nos permiten atajar la contingencia. Seguirle el paso al cambio que, en la próxima vuelta de la rueda, reaparecerá en otro conflicto disfrazado de oveja.
Pues bien: un psicoterapeuta no juzga ni lo hará. Y si emite alguna opinión, no es tal, si no una interpretación en función del proceso de la persona. Por lo tanto, y finalmente, ir al psicólogo es ser validado como ser humano que comunica, es revisar el ciclo que una y otra vez, camuflado en nuestra vida cotidiana, nos lleva a cometer los mismos errores. Y solo así, dejar de pensar en ellos como errores y reconciliarse con la propia historia y vida.
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